…seguro que le cuestan más. O, lo barato es caro, como más castizamente se decía.

Pues sí. Vivimos en una sociedad “low cost” lo cual, si bien se mira, tiene sus ventajas, pues gracias a ello muchos bienes y servicios de consumo que antes estaban reservados a unos pocos, son accesibles al común de la población. Se me viene a la mente, como ejemplo, el turismo. En el siglo XIX era común que los jóvenes aristócratas terminaran sus estudios (y su disipada juventud) con un viaje por Europa que solía durar en torno a un año. Pero el resto de la población, casi toda, no podía soñar en marchar más allá de su pueblo a la capital de provincia. Hoy, sin embargo, todos podemos aspirar a visitar los restos de Pompeya, hacernos una foto al pie de las pirámides de Egipto o contemplar desde la cubierta de un barco los fiordos noruegos.

Pero la “cultura low cost” –permítanme llamarlo así- presenta una desagradable vertiente de masificación o, si quieren, de difuminación de matices que también hay que tener en cuenta. No es éste lugar para divagar o filosofar sobre el devenir de la humanidad y los desajustes que en ella crea la golbalización. Tan sólo quiero, modestamente, hacer alguna reflexión sobre la repercusión de tal forma de ver la vida en algo que, querámoslo o no, toca a nuestra vida: los seguros.

Hace cincuenta años se podía vivir sin seguros. Hoy es imposible. Quien más, quien menos, conduce un vehículo, contrata una hipoteca con una Entidad que le obliga a asegurar el hogar y la propia vida, ejerce una profesión u oficio que conlleva el riesgo de ser sujeto de una reclamación por responsabilidad civil, o, simplemente, prefiere una asistencia sanitaria privada.

De un tiempo a esta parte la cultura “pague usted lo menos posible” (así traduzco el “low cost”) ha impregnado el mundo del seguro de tal modo que hoy el precio es el único mensaje claramente audible en la publicidad del mundo asegurador. Basta con escuchar los anuncios en televisión o radio para darse cuenta de que se ha dejado atrás cualquier circunstancia del contrato de seguro que no tenga que ver con el precio. Como máximo y sin mayor razonamiento, se dice: “-Cubrimos todo”, pero sin más detalles, porque lo único que importa que cale en la mente del consumidor es la bondad del precio.

No me parece un problema que un seguro tenga un precio más ajustado a costa de coberturas; es legítimo y perfectamente posible en una economía de libre mercado. Lo que me preocupa es que el consumidor conozca, consienta y asuma la merma de servicios o coberturas a costa de la prima de seguro. Tal es, en mi opinión, el verdadero meollo de la cuestión. Porque, como decían nuestros abuelos, nadie da duros a cuatro pesetas, y esa es una verdad incontestable.

Lo que sucede es que el contrato de seguro, como bien de consumo, presenta un gran inconveniente: se vende humo; se venden promesas de futura atención que en el momento en que contratamos no podemos “tocar”; es un bien intangible. Lo único realmente visible de lo que compramos es el precio y ese libro de condiciones generales que nadie nos molestamos en leer.

Pero si juzgamos sabiamente –como decía nuestro Jorge Manrique- y damos lo “non venido por pasado”, habremos de darnos cuenta de que el ajuste de precio tiene que salir de algún lado. Y, no nos caigamos del guindo, es claro que de donde no va a salir es del beneficio de la propia Aseguradora, que –legítimamente, dicho sea de paso- aspira a ser el máximo. Por tanto, si no sale del bolsillo de un contratante, habrá de salir del gato del otro.

Y ahí está el gato encerrado. En el servicio que va a recibir usted. No es lo mismo pagar 10 euros a un perito por un informe, que pagar 50; no es lo mismo utilizar piezas de repuesto recicladas que recambios originales; no obtiene el mismo resultado un gremio de profesionales que Pepe Gotera y Otilio; va una diferencia abismal en tener libre elección de Abogado en Protección Jurídica con un límite de 12.000 euros, que a tenerla limitada a 100 euros.

¿Comprenden lo que quiero decir, verdad? Seguro que han vivido experiencias similares. Pues ahí está la diferencia entre un precio y otro. Comparen y elijan.

Entiendo que un contrato de seguro es un texto complejo que tiene muchas cláusulas que al común de los mortales les resultan incomprensibles. Pero para eso existe un profesional que les puede ayudar ¡y gratis! El Corredor de Seguros, cuya obligación es asesorarle sobre el alcance de cada una de las pólizas de seguro que Vd. necesita, asumiendo, además, la responsabilidad por su asesoramiento.

Así que mi consejo no puede ser otro que el de remitirles a un Corredor de Seguros, para que sea él quien invierta el tiempo en buscar lo que más se ajusta a sus circunstancias y, en su día, le asesore y guíe en la tramitación del seguro.

Porque, oiga, usted es libre de comprar un burro lleno de mataduras o un pura sangre, pero siempre que sepa de modo fehaciente lo que hace… Que nadie le escamotee uno por el otro.

Y si al final ocurre y resulta que usted tiene un contrato de seguro inútil, sólo le queda un recurso: el Abogado especializado en seguros.